‘Hay una manera, pienso, de reconstruir la parroquia basándose sobre la experiencia neocatecumenal’
(S.S Juan Pablo II. Visita a la parroquia romana de Santa Maria Goretti. 31 de enero de 1988)
En este capítulo querríamos reflexionar sobre uno de los fundamentos sobre los que se sustenta el Camino Neocatecumenal como Catecumenado parroquial: la vida en pequeñas comunidades. Quizás una de las habituales acusaciones dirigidas contra el Camino Neocatecumenal es el de vivir, según dicen, ‘separados’ de la parroquia, celebrando la Eucaristía cada comunidad el sábado por la noche y formando grupos aparentemente cerrados. Esas consideraciones son fruto de una profunda ignorancia y desconocimiento, tanto de lo que es el Camino como de lo que dice la Iglesia sobre la vida en comunidad.
Vamos a intentar exponer el porqué es necesario actualmente vivir la fe en comunidad, y qué dice la Iglesia al respecto, pues no podemos olvidar que la pequeña comunidad es un elemento fundamental del trípode, y por tanto del Camino Neocatecumenal.
La visión ‘comunitaria’ del modelo parroquial
Kiko y Carmen, poco tiempo después de la experiencia de las barracas en Madrid a mediados de los años 60, sin una concepción clara de lo que el Señor quería de ellos, se dejaron guiar por el Espíritu, y, tras una serie de circunstancias en las que medió el entonces Arzobispo de Madrid, Mons. Casimiro Morcillo, que había participado como uno de los secretarios del Concilio y había realizado su tesis sobre las ‘comunidades de la Iglesia primitiva según los Hechos de los Apóstoles’, les invitó a ir a las parroquias para llevar el pequeñísimo germen de las barracas de Palomeras, concretizado en el nacimiento de una pequeña comunidad de hermanos, donde la Palabra aparecía de manera viva y eficaz, y que crecía entorno al altar de la Eucaristía como alimento imperecedero.
A través de la iniciación cristiana iban a nacer de manera progresiva pequeñas comunidades de gente diversa y heterogénea, que se iban a ir incorporando de manera gradual al Catecumenado en sus diversas etapas. Esta circunstancia propició que las parroquias fueran paulatinamente convirtiéndose en una matriz de pequeñas comunidades, cada una con sus peculiaridades en cuanto al número de miembros, tiempo de gestación en la fe etc, pero unidas todas en la parroquia entorno al Párroco, pastor de todas las ovejas del único rebaño, haciéndose visible dicha comunión en las grandes celebraciones del año litúrgico: Témporas, Navidad, Semana Santa, fiestas patronales y de la Virgen… Había aparecido un nuevo modelo parroquial: la comunidad de comunidades, que hacía presente la unidad (el amor en medio de la diversidad), en lugar de la uniformidad (un concepto de tipo comunista donde todos debemos ser idénticos).
En la segunda catequesis de las primeras que se dan en la parroquia durante la fase kerygmática, y que datan de finales de los años 60, los iniciadores del Camino Neocatecumenal exponían de manera profética la necesidad de abrir en la parroquia una pastoral evangelizadora que renovara la misma parroquia transformándola en ‘comunidad de comunidades’. Esta denominación fue exactamente la misma que el Papa Francisco empleó en su primera Encíclica ‘Evangelii Gaudium’, 50 años después: "A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de evangelización. Es Comunidad de Comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de constante envío misionero" (EG. nº 28)
Kiko y Carmen nunca creyeron que este ‘nuevo’ modelo fuera el único válido y efectivo, pero fueron sinceros y honestos con el gran descubrimiento que el Señor les había hecho. Sin pretenderlo habían visto nacer a finales de los años 60 una gran transformación en las parroquias que posteriormente fue confirmada y querida por la Iglesia y especialmente por los Pontífices que vinieron después. Lejos de crear nuevas estructuras paralelas, cerradas o destructoras, habían presenciado una nueva manera de vivir la fe, no de manera masificada o individualista, sino siguiendo la praxis de la Iglesia primitiva. El primero que lo supo ver fue el Cardenal Arzobispo de Madrid, Mons. Casimiro Morcillo, que descubrió en aquella 'semilla' frágil y pobre una manera de renovar sus parroquias.
Juan Pablo II en su visita a una parroquia de Roma dijo: "Hay un modo, pienso yo, de reconstruir la parroquia basándose en la experiencia neocatecumenal… es muy coherente con la naturaleza misma de la parroquia" (S. Juan Pablo II en la parroquia Santa Maria Goretti – 31 de enero de 1988) indicando también en otra ocasión que "dichas comunidades forman células vivas de la Iglesia, renuevan la vitalidad de la parroquia mediante cristianos maduros capaces de testimoniar la verdad con una fe radicalmente vivida" (S. Juan Pablo II – Mensaje a los Obispos de Europa reunidos en Viena en convivencia con los iniciadores del Camino – 12 de abril de 1993)
Por tanto, la primera consideración es que ciertamente la visión de Kiko y Carmen sobre el modelo parroquial no es arbitraria, ni egoísta, ni caprichosa, sino que tiene un fundamento en la tradición y el Magisterio de la Iglesia, y más concretamente en la renovación del Concilio Vaticano II. Lo segundo es a tener en cuenta es que cuando se inicia el Camino en una parroquia las comunidades que de ella surgen no son ajenas a la vida parroquial, sino que sus miembros son verdaderos feligreses y sus celebraciones son verdaderamente lícitas, participando además activamente y a su debido tiempo de todas las pastorales y actividades de la misma. Es un error teológico y pastoral grave y una gran injusticia considerar el crecimiento y desarrollo de las comunidades en la parroquia como la aparición de una iglesia paralela, acusación que surge, sin ninguna duda, de un profundo desconocimiento sobre lo que es exactamente el Camino como iniciación cristiana reconocida por la Iglesia y cómo se lleva adelante.
La formación de la comunidad es el cúlmen en todo proceso de evangelización, como nos recuerda el Directorio general de las catequesi en su número 47: “El decreto conciliar Ad Gentes ha clarificado bien la dinámica del proceso evangelizador: testimonio cristiano, diálogo y presencia de la caridad (nn. 1112), anuncio del Evangelio y llamada a la conversión (n. 13), catecumenado e iniciación cristiana (n. 14), formación de la comunidad cristiana, por medio de los sacramentos, con sus ministerios (nn. 1518). 113 Este es el dinamismo de la implantación y edificación de la Iglesia”.
Es sorprendente confirmar cómo el Camino Neocatecumenal no sigue más que lo que la Iglesia está subrayando para la nueva evangelización, uniendo el Catecumenado con la vida de una comunidad cristiana.
El Directorio General de las catequesis, publicado por la Congregación para el Clero en 1997, recuerda y reafirma en sus texto la importancia del trípode sobre el que se sustenta el Camino: ‘Palabra - Liturgia - Comunidad’: “La catequesis de iniciación pone las bases de la vida cristiana en los seguidores de Jesús. El proceso permanente de conversión va más allá de lo que proporciona la catequesis de base o fundante. Para favorecer tal proceso, se necesita una comunidad cristiana que acoja a los iniciados para sostenerlos y formarlos en la fe. «La catequesis corre el riesgo de esterilizarse si una comunidad de fe y de vida cristiana no acoge al catecúmeno en cierta fase de su catequesis». (210) El acompañamiento que ejerce la comunidad en favor del que se inicia, se transforma en plena integración del mismo en la comunidad” (Directorio General para la catequesis, nº 69).
El modelo parroquial está cambiando. El Concilio así lo ha sabido ver y ha dado también la clave hermenéutica para su transformación. El funcionamiento actual de las parroquias, sobretodo las de las grandes urbes está, a todas luces, obsoleto y no responde a las actuales exigencias que nos está demandando la sociedad actual. La parroquia se ha convertido en un espacio sacro donde se ‘distribuyen’ sacramentos a los fieles que van quedando, pero donde la falta de profundidad en la fe es evidenciada por una carencia de frutos, como nos recuerda el Papa Francisco en Evangelii Gaudium haciendo referencia a la necesidad de pasar de una pastoral de conservación a una pastoral misionera, como había subrayado con anterioridad el documento de la reunión de Obispos del Celam en Aparecida: “de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera, […] haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera” (Documento de Aparecida 370).
Esta imperiosa necesidad de evangelizar primero a los ya bautizados, tantos de ellos alejados de la Iglesia o que viven en una tibieza contrastada de costumbres, lo que representa el mero cumplimiento de normas y tradiciones pero no la conversión del corazón, debe ser la prioridad en estos momentos para los países de la casi extinta cristiandad. No podemos olvidar que la actual crisis de fe de las sociedades occidentales ha sido la natural consecuencia de una primera una crisis de fe intra-eclesial, como insistió en su Pontificado Benedicto XVI hablando sobre el relativismo, y que ya había anticipado cuando una década antes, siendo Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe había indicado en una entrevista: "La Iglesia primitiva era una Iglesia formada por cristianos que habían sido paganos. La Iglesia actual está formada por paganos que dicen ser cristianos".
El Papa Francisco también ha puesto de manifiesto esta separación cada vez más acentuada de fe y vida. El pasado 5 de octubre de 2018, en la Misa celebrada en su residencia de la Casa Santa Marta amonestó: “Somos cristianos, pero vivimos como paganos”. Este lamento del Santo Padre es reflejo de una realidad de la que no podemos rehuir: La parroquia actual no evangeliza, y la primera evangelización es para los propios cristianos, como nos recordaba San Juan Pablo II en la Catechesi Tradendae, cuando recordaba que la situación de la mayoría de bautizados actualmente es de ‘casi catecúmenos’ en el sentido que han recibido el bautismo pero no han sido convenientemente instruidos o catequizados.
Es por tanto incuestionable que la parroquia debe transformarse en un ámbito misionero. Así lo expresó el Arzobispo de Viena, el Cardenal Schönborn, en su intervención dentro del coloquio «Parroquias y nueva evangelización», organizado por la Comunidad del Emmanuel en colaboración con el Instituto Redemptor Hominis, del 30 de enero al 1 de febrero de 2003. En la misma explicó "cómo una parroquia se convierte en misionera" a través de la iniciación cristiana y la vida en comunidad.
Kiko Argüello y Carmen Hernández no lo han planificado tras una mesa de despacho. La Iglesia lo había previsto gracias al Concilio y lo está descubriendo poco a poco. No se trata del plagio de ningún modelo anterior, ni de una corriente nueva, sino más bien de la adaptación, partiendo de la parroquia, de la misión eclesial encomendada por Cristo, al mundo de hoy. Una parroquia evangeliza porque tiene comunidades vivas que evangelizan. Son los miembros, no los espacios o las piedras, los que son testigos de la fe en el mundo de hoy.
Kiko Argüello, en su intervención en el Sínodo extraordinario de Obispos de Europa en 1999 –invitado por San Juan Pablo II-, expresó el deseo de convertir las parroquias en verdaderas ‘aldeas celestes’ en las que se pueda dar, a través de la vida comunitaria, los frutos del amor y la unidad que llaman a la fe (Juan 17, 21): "Nosotros hemos visto –en más de 30 años de experiencia y en más de 100 naciones- la necesidad de una renovación de las estructuras de la Iglesia; que la parroquia perteneciente a la “aldea global” de Mc Luhan, pueda transformarse en una aldea celeste, con una nueva estética: un ‘catecumenium’, con espacios modernos, para el culto y para la vida de las pequeñas comunidades, un modelo social más humano, capaz de abrir espacios para una nueva cultura. En esta creativa aldea celeste como nuevo concepto de parroquia hemos visto la reconstrucción de la familia y miles de vocaciones que han permitido a los Obispos la erección de 17 Seminarios diocesanos “Redemptoris Mater” en Europa y 40 en todo el mundo".
En este contexto, y retomando nuevamente la Exhortación de la Catechesi Tradendae, se entiende que en su número 67 indique: "la parroquia sigue siendo, como he dicho, el lugar privilegiado de la catequesis. Ella debe encontrar su vocación, el ser una casa de familia, fraternal y acogedora, donde los bautizados y los confirmados toman conciencia de ser pueblo de Dios. Allí, el pan de la buena doctrina y el pan de la Eucaristía son repartidos en abundancia en el marco de un solo acto de culto; desde allí son enviados cada día a su misión apostólica en todas las obras de la vida del mundo".
El Papa San Juan Pablo II comprendía a la perfección la necesidad de iniciar desde la parroquia la misión de la Iglesia. Pero ésta debía incluir, además de la pastoral sacramental, una pastoral misionera o de evangelización basada en el modelo de la Iglesia primitiva. En una de las últimas visitas ‘ad limina apostolorum’ de los Obispos Franceses el Papa Wojtila formuló: "No hay Iglesia misionera sin parroquias misioneras (…) Toda comunidad eclesial, y en particular la parroquia, que es la célula fundamental de la vida de la Iglesia diocesana, debe anunciar el Evangelio, celebrar el culto que es debido a Dios y servir como Cristo".
En la misma visita expresaba a su vez la idoneidad que desde la parroquia se diera prioridad a la incorporación de realidades vivas que dotaran a la misma de este espíritu evangelizador: "Es necesario velar para que la comunidad parroquial exprese la diversidad de miembros que la componen y la variedad de sus carismas, y que se abra a la vida de asociaciones o de los movimientos".
En el profético discurso a los participantes en el VI Simposio del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa el 11 de octubre de 1985 el Papa San Juan Pablo II había expresado la necesidad de volver al modelo del cenáculo, el de la Iglesia primitiva como se narra en los Hechos de los Apóstoles, un modelo eminentemente comunitario: “Para lograr un trabajo eficaz de evangelización, debemos volver a inspirarnos en el primer modelo apostólico. Este modelo, fundacional y paradigmático, lo contemplamos en el Cenáculo: los apóstoles están unidos y perseverantes con María, esperando recibir el don del Espíritu. Solo con la efusión del Espíritu comienza el trabajo de evangelización. El don del Espíritu es el primer motor, la primera fuente, el primer aliento de auténtica evangelización. Por lo tanto, es necesario comenzar la evangelización invocando al Espíritu y buscando dónde sopla el Espíritu (Jn 3, 8). Algunos síntomas de este soplo del Espíritu ciertamente están presentes hoy en Europa. Para encontrarlos, apoyarlos y desarrollarlos, a veces será necesario abandonar esquemas atrofiados para ir donde comienza la vida, donde vemos que los frutos de la vida se producen "según el Espíritu" (Rom 8)”
Es también significativo el mensaje que San Juan Pablo II envió a decenas de Obispos europeos reunidos en abril de 1993 en una convivencia en Viena con los iniciadores Kiko y Carmen referente a la aceptación de Camino en las parroquias: "dichas comunidades forman células vivas de la Iglesia, renuevan la vitalidad de la parroquia mediante cristianos maduros capaces de testimoniar la verdad con una fe radicalmente vivida".
Pocos años antes, en la Exhortación Apostólica post-sinodal Christifideles Laici de 1988 ya declaraba que la célula principal para la vida comunitaria debía seguir siendo la parroquia. Pero lo realmente sorprendente es que la concepción de la parroquia del tercer milenio y su definición como ‘comunidad de comunidades’ fue, con independencia del pensamiento de Kiko y Carmen, querida y apoyada por por Joseph Ratzinger y Karol Wojtila, mucho antes del actual pontificado de Francisco, algo que una gran mayoría ignora.
El primero, Joseph Ratzinger, hace casi 25 años, siendo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, afrontó en libro-entrevista ‘La sal de la Tierra’ los principales problemas del cristianismo y de la Iglesia católica. Respondiendo a una pregunta al respecto realizada por el periodista Peter Seewald indicaba: "tiene razón en decir que es muy necesario un entorno cristiano. No se puede ser cristiano aisladamente; ser cristiano significa formar parte de una comunidad en camino. Por eso debe ser preocupación de la Iglesia crear esas comunidades (…) ¿Cómo podrá vivir la Iglesia en una sociedad tan descristianizada? La Iglesia tiene que crear otras comunidades nuevas para hacer el camino, y luego las comunidades, por su parte, tendrán que apoyarse y ayudarse mutuamente a vivir mejor la fe en esa nueva forma de vida".
El segundo, en su Exhortación Apostólica Post-sinodal ‘Iglesia en América’ en 1999 afirmaba: "la parroquia tiene que seguir siendo primariamente comunidad eucarística y lugar de la iniciación cristiana, de la educación y la celebración de la fe, abiertas a la diversidad de carismas y servicios. La parroquia como comunidad de comunidades y movimientos. Una institución parroquial así renovada es una gran esperanza".
Aunque en la actualidad el Código de Derecho canónico de 1983 en el Canon 516 –2 concede expresamente que ‘formas de vida comunitaria se puedan constituir incluso independientemente y fuera de las estructuras parroquiales’ el Camino Neocatecumenal no quiso desarrollarse en un entorno distinto a la parroquia, como sí sucede con otros movimientos o realidades eclesiales que realizan su labor en centros propios (OPus Dei, Comunión y Liberación, Focolares, Schoenstatt…). Con el estudio y aprobación de los Estatutos en 2002 el Camino se definió como un Catecumenado parroquial, iniciado y adscrito a las parroquias bajo la dirección y obediencia del Obispo y de los párrocos, que son los verdaderos responsables de la iniciación cristiana en sus parroquias. El Camino no aparecía por tanto como un movimiento autónomo y ajeno a la vida parroquial, sino como un instrumento para la gestación a la fe de los alejados dentro de la parroquia.
La vida comunitaria de la fe es por tanto un don precioso que hunde sus raíces en los orígenes de la misma Iglesia ¡cuánto fruto puede producir si además se une a la estructura parroquial que ya conocemos abriendo un camino de evangelización para tantos que, como en la época de los Apóstoles, van a recibir por primera vez el Kerygma, el primer anuncio de la salvación!
La eficacia del modelo comunitario ha sido consecuentemente contrastada y verificada con el paso de los años. Nuevamente San Juan Pablo II utilizó el término ‘laboratorio de la fe’ (ergastérion) para definir lo que a su parecer significaban dichas comunidades que, incardinadas en las parroquias, hacían resurgir y fortalecer la fe sus fieles (Homilía durante la Vigilia de Oración en Tor Vergata, durante las JMJ de Roma 2000 (19 de agosto de 2000) – L’Osservatore Romano, ed. Española, 25 de agosto de 2000, pág.6). Así la celebración litúrgica en pequeñas comunidades se convierte en un taller sacramental de la vivencia cristiana, un lugar de encuentro entre Dios y el hombre.
Benedicto XVI, en su libro ‘La fraternidad cristiana’, fundamenta la aseveración de que es imposible la vida cristiana sin la comunidad. No se puede prescindir de la vida comunitaria en la Iglesia. Siendo Prefecto ya vislumbraba la necesidad para la Iglesia, en una sociedad ambientada por un entorno no cristiano, de crear células donde los cristianos pudieran encontrarse, ayudarse, y formarse.
Antonio Ávila, Director del Instituto Superior de Pastoral de Madrid, en unas jornadas sobre el tema ‘caminando en comunidad’ indicaba que ‘en una comunidad cristiana el tamaño, el número de sus miembros, no puede desbordar más allá de un tamaño en el que las relaciones interpersonales sean posibles; y por el otro lado, una comunidad excesivamente pequeña, numéricamente hablando, imposibilita que se desarrollen los ministerios y los servicios que necesita la vida de una comunidad’. Otra observación importante es que sí hay elementos que definen a la comunidad cristiana frente a otro tipo de comunidades: ‘son un tipo de grupos que reunidos en torno a la confesión de la fe tienen un determinado talante que los diferencia de otros grupos cristianos’, el talante de la fraternidad: “Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común” (Hch 2, 42-47). (Los días 6 y 7 de mayo de 2011, el Aula Magna del Seminario Diocesano de Vitoria acogió las XI Jornadas de Teología y Pastoral organizadas por el Instituto de Vida Religiosa que tiene su sede en el propio edificio del Seminario)
Monseñor Ricard Maria Carles, Cardenal y Arzobispo emérito de Barcelona hablaba precisamente de formarse como cristianos no de manera individual, sino comunitariamente: "Añádase la importante experiencia de formarse como creyente no en solitario, sino en el seno de una comunidad, la parroquial" (Fe y Cultura, escritos pastorales – Mons. Ricard Maria Carles, Barcelona 1990 –Ed. Claret).
Monseñor Demetrio Fernández, Arzobispo de Córdoba, en su intervención el 6 de abril de 2011 en la Catedral de Córdoba en un encuentro conjunto de los iniciadores del Camino con 3.000 miembros de las comunidades de la diócesis recordaba: "En la comunidad tienes la salvación, por tanto no la abandones. La comunidad del Camino Neocatecumenal es la Iglesia. La comunidad en la que vives y en la que creces en la fe es la Iglesia. La comunidad es la que te sostiene para vivir… esa es la Iglesia (…) Sois vosotros como comunidad un milagro patente. La comunidad en la que vivís y a la que pertenecéis os da la vida eterna; os hace capaces de amaros unos a otros, de perdonaros. La comunidad, que es la Iglesia, os da continuamente la salvación que Jesucristo nos ha merecido en la cruz (…) Amad a la Iglesia, y venced esas dificultades, perseverando en la comunidad a la que pertenecéis"
Por otro lado el Cardenal Antonio Cañizares, arzobispo de Toledo y primado de España, colaborador de Benedicto XVI como miembro de la Congregación para la Doctrina de la Fe y de la Comisión Pontificia «Ecclesia Dei», y posteriormente nombrado Prefecto para la Congregación del Culto Divino en una entrevista de Zenit realizada el mes de julio de 2007 en Querétaro (México) opinó sobre el laicismo y la situación de la Iglesia, expresando que éste lleva a la destrucción del hombre, ya que ‘no apuesta por el bien’ y que la misión de la Iglesia es precisamente la de ‘hacer llegar esa salvación, de la cual es protagonista, a todos los hombres’. Para el Cardenal, la Iglesia en el futuro: "Será una Iglesia que, desde una experiencia muy honda de Dios, testifique al Dios vivo en medio de los hombres; una Iglesia eminentemente evangelizadora, o sea, eminentemente eucarística. Una Iglesia de pequeñas comunidades pero abierta totalmente al hombre".
A su vez, preguntado sobre la misión permanente hacia los ya bautizados que debe tener la Iglesia en nuestro continente, y que fue el tema de fondo del documento de Aparecida, el Primado de España respondió: "Es necesario que los bautizados sean evangelizados a su vez. La evangelización de los bautizados es la catequesis. Necesitamos que haya en todos los ámbitos cristianos que vivan su identidad de cristianos; solamente la identidad de cristianos podrá ofrecer el testimonio de Jesucristo para los hombres".
Precisamente es este modelo de la fe vivida en comunidad el que está motivando que muchos católicos –de Europa y sudamérica principalmente- acudan, a pesar de las graves diferencias teológicas y doctrinales, a iglesias evangélicas, en las que se comparte la fe en grupos reducidos, y de manera no sólo dominical, sino con el estudio de la Palabra o formación bíblica etc. Esto se ha convertido en un aliciente y una atracción para la soledad física y espiritual de muchos creyentes y no creyentes.
Para facilitar esta nueva concepción de la Iglesia y de la parroquia, Monseñor Paul Joseph Cordes, Presidente del Pontifico Consejo Cor unum, insiste: "Parroquia y diócesis, deben, pues, consentir itinerarios particulares; no deben entenderse como totalitarias, es decir, como omnipotentes (…) más aún, uno de los mejores teólogos de nuestro siglo, Hans Urs von Balthasar, exhorta a los obispos y sacerdotes a no dejarse guiar por preferencias y prejuicios personales cuando hacen un discernimiento sobre tales movimientos".
El Concilio Vaticano II animaba a los pastores a "descubrir con sentido de fe, reconocer con gozo, y fomentar con diligencia los multiformes carismas de laicos, tanto los humildes como los más excelsos"(P.O. núm, 9) mientras que la Exhortación apostólica post-sinodal Christifideles Laici de 1987 recordaba a los miembros de la Iglesia que "han de ser acogidos con gratitud por parte de la Iglesia después de haberlos probado y reconocido, los carismas que Dios da" (ChL 24).
Benedicto XVI en visita 'ad Limina' a los Obispos Filipinos en febrero de 2011 (Zenit.org - 18 de febrero de 2011) les indicaba a cerca de las comunidades eclesiales: "Al ser formadas y guiadas por personas cuya motivación es la fuerza de su amor por Cristo, estas comunidades han demostrado ser instrumentos dignos de evangelización ya que trabajan en unión a las parroquias locales".
El Cardenal y Arzobispo de Barcelona, Mons. Juan José Omella, invitado al X Congreso Teológico Pastoral en el Seminario Diocesano en Cáceres en junio de 2018, recordó precisamente la necesidad para ser misioneros de vivir la fe en la parroquia siguiendo un modelo comunitario: “Nosotros crecemos y compartimos nuestra fe en una parroquia. Una estructura familiar, cercana, en el mundo de hoy. La parroquia sigue siendo un lugar de evangelización. El papa nos anuncia en Evangelii Gaudium, n. 28, que la parroquia es insustituible. No es una estructura caduca, requiere creatividad misionera. Seamos creativos, no repetitivos. Además, la parroquia es comunidad de comunidades. Todos se encuentran y comparten la fe. Todos los estilos tienen cabida”, añadía Mons. Omella, quien destacó que debe ser una parroquia no aislada, abierta al entorno y que tengan cabida incluso los que no creen en Dios. Hizo una llamada a la revisión y la renovación de las parroquias para que sean fuentes de participación.
Llegados a este punto y para finalizar es preciso discernir qué se entiende cuando hablamos de ‘comunidad’, porque habitualmente escuchamos o leemos en ciertos documentos dicha terminología sin acabar de profundizar o definir sus características y significados.
Cuando en los Hechos de los Apóstoles hemos visto que los cristianos que querían adherirse a los Apóstoles tras su predicación y se bautizaban formaban pequeñas comunidades, aparece un primer hecho novedoso respecto a la forma de vivir la fe a diferencia del judaísmo o del resto de culturas y religiones paganas circundantes, y es que el cristianismo se fundament en la Ekklesia (o ecclesia) que es la palabra griega traducida en el Nuevo Testamento como "iglesia", es decir, una comunidad, asamblea, conjunto de personas que se reúnen.
La segunda novedad es que esta “comunidad” no hace acepción de personas. Es decir, está formada por gente diversa, de distinta procedencia, cultura, raza, lengua, condición o estatus social, algo impensable en un mundo lleno de castas, niveles o grados, algunos de ellos tan insalvables y diferenciados como podría la vida de un esclavo o la de un servidor público.
La tercera novedad, y quizás la más importante porque es la que se ha ido perdiendo con el paso del tiempo, es que en este nuevo ‘credo’ que aparece en Israel, el cristianismo, no se compartía solamente la fe, creencias, rituales litúrgicos o celebrativos, sino que vivían en comunión, común-unión. Así lo atestiguan los Hechos de los Apóstoles y los primeros textos de la Iglesia primitiva, la Didajé, la carta a Diogneto, o los Padres de la Iglesia. ‘Vivían unidos, y lo tenían todo en común, compartiendo incluso bienes’ (Hch. 4, 32). Esto era posible porque había un conocimiento pleno y consciente de quienes eran y formaban dicha comunidad. Este conocimiento y ayuda mutuas entre hermanos de una misma comunidad era posible porque no eran comunidades especialmente grandes, lo que hubiera dificultado con la masificación precisamente la vida común, sino que eran grupos reducidos donde todos eran conocedores de las alegrías, penas, sufrimientos y necesidades de todos y cada uno de sus miembros. Cristo dijo a la comunidad de los Apóstoles reunida entorno a él en la última Cena: ‘Amaos como yo os he amado y sed perfectamente uno’.. pero ¿Cómo amar a quien no conozco? ¿Como ‘ser perfectamente uno’ si no se qué le preocupa o le hace sufrir? ¿Cómo podré ayudarle o rezar por él si no conozco ni su nombre?
Actualmente se habla de la Parroquia como ‘comunidad parroquial’, pero el uso del término ‘comunidad’ se aleja de su significado pleno y genuino cuando el ‘anonimato de la gran ciudad’ ha entrado en nuestras parroquias y celebraciones eucarísticas y los que participan periódicamente y deberían conocerse para poder amarse como nos lo recuerda el Evangelio no lo pueden hacer porque no saben en la mayor parte de casos ni el nombre de a quien le dan la paz en la liturgia eucarística.
El cristianismo no se puede vivir sin la referencia de la comunidad. El individualismo de las sociedades modernas y materialistas ha destruido en pocas décadas la manera original y preciosa de vivir y transmitir la fe. Con la desaparición del mundo rural, que permitía sin ninguna duda esta referencia y desarrollo comunitario, y el crecimiento de las grandes urbes, se vislumbra más necesario que nunca retornar al modelo primitivo.
Escrito redactado y publicado por 'Observatorio del Camino Neocatecumenal'. Si quieres utilizarlo o re-publicarlo nombra la fuente.
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