lunes, 29 de marzo de 2021

Las celebraciones de la Palabra como 'Aulas Dei' en las Comunidades Neocatecumenales

Reproducimos, por su interés, el trabajo realizado por el P. Juan José Callés Garzón, párroco de Cristo Rey de Salamanca (España) referente a la importancia en este tiempo de las celebraciones de la Palabra en pequeñas comunidades, como fuente de renovación eclesial.

La Palabra de Dios  fue uno de los elementos fundamentales de renovación del Concilio Vaticano II, al hacerla accesible a los fieles y querer introducirla como guía para el cristiano, siguiendo lo que dice la Escritura:  'Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero' (Sal. 118, 105).

El Camino Neocatecumenal, nacido en las postrimerías del Concilio, basó su itinerario de iniciación cristiana en un trípode donde la celebración de la Palabra era esencial para el crecimiento y maduración de la fe. La experiencia de más de 50 años avalan que estas celebraciones son más actuales y necesarias que nunca para la nueva evangelización.






LAS CELEBRACIONES DE LA PALABRA COMO "AULAS DEI" 
EN LAS COMUNIDADES NECOATECUMENALES


La importancia y la relevancia que el Neocatecumenado tiene como lugar de formación teológica proviene de su misma naturaleza: el itinerario catecumenal es ante todo una verdadera escuela de vida cristiana consistente en aprender a vivir, celebrar, confesar y anunciar la fe de la comunidad eclesial. El catecumenado no es un ámbito sólo de instrucción, lo es también de conversión, oración y liturgia, de profesión de fe y de testimonio. Las celebraciones de la Palabra que de modo semanal, permanente y sistemático se tienen a lo largo de todo el proceso neocatecumenal, así como, una vez finalizado el Neocatecumenado, son un pilar básico de la pequeña comunidad cristiana, se transforman en verdaderas
escuelas de teología, son realmente aulas Dei donde la escucha de la Palabra, la alabanza a través de los salmos, la actualización en el hoy de la vida de los hermanos de la Palabra Viviente, hacen posible el surgimiento de una teología cantada que es existencial, sálmica e hímnica, sapiencial e icónica, personal y eclesial.

Es importante resaltar en este punto la llamada que San Juan Pablo II nos hacía en su Carta Novo Millennio Ineunte (6 de enero de 2001) al decir que “nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas escuelas de oración, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el arrebato del corazón. Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparta del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios” (nº 33).

En los Lineamenta del SÍNODO DE LOS OBISPOS del año 2012 en torno al tema de “LA PALABRA DE DIOS EN LA VIDA DE LA IGLESIA” se afirma: “Se ha de alentar vivamente sobre todo esa praxis de la Biblia que se remonta a los orígenes cristianos y que ha acompañado a la Iglesia en su historia. Se llama tradicionalmente Lectio Divina con sus diversos momentos (lectio, meditatio, oratio, contemplatio). Ella tiene su casa en la experiencia monástica, pero hoy el Espíritu, a través del Magisterio, la propone al clero, a las comunidades parroquiales, a los movimientos eclesiales, a la familia y a los jóvenes. Escribe Juan Pablo II: «Es necesario, en particular, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia»; «mediante el uso de los nuevos métodos, atentamente ponderados, al paso de los tiempos». En particular, el Santo Padre emérito Benedicto XVI invitaba a los jóvenes a adquirir intimidad con la Biblia, a tenerla a mano, para que sea para vosotros como una brújula que indica el camino a seguir. Y a todos recuerda: A la lectura asidua de la sagrada Escritura acompañada por la oración realiza el coloquio íntimo en el que, leyendo, se escucha a Dios que habla y, orando, se le responde con confiada apertura del corazón” (nº 25). La Exhortación Apostólica postsinodal Verbum Domini dedica a la lectura orante de la Sagrada Escritura y la lectio divina los nnº 86 y 87.




La institucionalización parroquial de la Celebración de la Palabra semanal, amplía la oferta pastoral integral de la comunidad cristiana al presentar a los fieles la posibilidad de celebrar no solamente sacramentos (básicamente la Eucaristía diaria y dominical) que es casi el único alimento del que se nutren los cristianos. Efectivamente, el contacto de los bautizados con la Palabra de Dios, queda reducido, en su mayoría, a media hora a la semana, en la Eucaristía del Domingo, donde se escuchan tres lecturas y un salmo, y, se pronuncia una homilía de diez a veinte minutos de duración. ¿Es suficiente este alimento para que la existencia cristiana esté vitalmente fortalecida? ¿Podrán nuestros cristianos responder con esta nutrición a las cuatro horas de promedio que los españoles ven de televisión [cf. “Los españoles vemos una media de 227 minutos de televisión al día (3, 7 horas diarias), según el Informe Panorama Audiovisual 2008/09 presentado en Madrid el 30 de Noviembre de 2009. El Informe indica que España está en el puesto 25 del ranking de países que más ve la televisión”. Cf. Público.es (30/11/2009)], donde, permanentemente, están siendo atacados los valores morales fundamentados en la vida cristiana como son, la familia, la visión de la dignidad de la vida y de la persona humana, así como la comprensión cristiana del cuerpo y de la sexualidad? ¿Podemos decir que nos sentimos satisfechos de cómo es venerada, acogida, reflexionada y existencialmente acogida la Palabra de Dios en la vida concreta de nuestros fieles?

Es evidente que nos encontramos muy lejos aún del deseo que albergaba el Papa Pablo VI, de que la Escritura se convirtiera en el libro de mesilla y oración para cada fiel cristiano. Es a la luz de esta deficiencia pastoral en la praxis ordinaria de nuestras parroquias, donde adquiere toda su importancia la institución del catecumenado, pedida insistentemente, en los últimos años, por nuestros obispos: Nos parece que hemos de instaurar y desarrollar el catecumenado, particularmente, en los programas de las Parroquias. La vida de la Iglesia primitiva y los resultados positivos que están dando en las nuevas
experiencias actuales avalan su oportunidad.


La ejercitación catecumenal, posibilita la gradualidad en la transmisión de los contenidos teológicos y catequéticos, que a lo largo del itinerario de maduración en la fe, va a ir recibiendo el neocatecúmeno. La catequesis, al servicio de ese crecimiento es una acción gradual. Así lo descubrimos al analizar la estructura del catecumenado bautismal y contemplar que la formación se desarrolla en cuatro etapas; y cómo cada una de estas etapas reclama una catequesis apropiada y dispuesta por grados.

En todo este itinerario de maduración teológica el canto de los salmos tendrá un papel de transcendental importancia: ellos adentrarán al neocatecúmeno en el arte de la oración; ayudarán a la asamblea a convertir en alabanza (de petición, de súplica, etc.), la Palabra escuchada; sellarán etapas y pasos del itinerario neocatecumenal; se aprenderán de memoria y progresivamente irán formando y enriqueciendo
el patrimonio espiritual del neocatecúmeno.




La celebración de la Liturgia de la Palabra de Dios que tiene lugar un día a la semana hay que comprenderla en el ámbito ordinario de la liturgia eclesial donde la lex credendi y la lex orandi se concretizan en una celebración litúrgica, viva, participada y eclesial al servicio de la lex agendi. “La razón del método teológico lex credendi – lex orandi, sostiene Adolfo Ivorra, reside en que la liturgia es, al igual que la teología, explicatio fidei pero con aditivo muy poderoso: es proclamatio fidei. La pretensión de la lex orandi es la de ser no sólo una interpretación de la realidad divina o explicación de la fe sino ser la explicación, interpretación y vivencia del Misterio de Dios. La lex orandi, entendida aquí como la liturgia de la Iglesia, se autoerige como magisterio ordinario indirecto convirtiéndose en un instrumento retroactivo: nos permite acceder a una teología a la que vez que la proclama”. El Papa emérito Benedicto XVI al hablar de las celebraciones de la Palabra en Verbum Domini afirma que “los Padres sinodales han exhortado a todos los pastores a promover momentos de celebración de la Palabra en las comunidades a ellos confiadas: son ocasiones privilegiadas de encuentro con el Señor. Por eso, dicha práctica comportará grandes beneficios para los fieles, y se ha de considerar un elemento relevante de la pastoral litúrgica” (nº65). 

Tras esta excelente fundamentación y apuesta por este tipo de celebración, cabría esperar del Sínodo un paso más: el haber institucionalizado la Celebración de la Palabra en el ámbito parroquial, como celebración autónoma y espacio privilegiado para la formación permanente de los fieles siguiendo un itinerario catequético, basado en el Catecismo de la Iglesia Católica, que los propias delegaciones diocesanas de catequesis pudieran preparar para cada año litúrgico. Pero, el Sínodo se ha quedado corto, a lo más que ha llegado ha sido proponer “celebrar también la Palabra de Dios con ocasión de peregrinaciones, fiestas particulares, misiones populares, retiros espirituales y días especiales de penitencia, reparación y perdón” (VD, nº 65b).


Sí, el Sínodo 2012 ha llegó a plantear el tema de la sacramentalidad de la Palabra (VD, nº 56) a la luz de la analogía con la presencia real de Cristo bajo las especies del pan y del vino consagrado, invitándonos a reconocer que es Cristo mismo quien está presente y se dirige a nosotros cuando tiene lugar la proclamación de la Palabra; es más, si incluso “los Padres sinodales sugieren que en las Iglesias se destine un lugar de relieve donde se coloque la Sagrada Escritura también fuera de la celebración” (nº 68), es decir, una especie de sagrario de la Palabra, ¿no cabría esperar del Sínodo una apuesta más decisiva por la implantación de la Celebración de la Palabra, un día a la semana, como celebración autónoma y espacio privilegiado para una catequesis permanente de la fe? Una decisión de este calado, ¿no estaría en la línea de revitalizar la Mesa de la Palabra como presencia sacramental de Cristo tal y como se apunta en Verbum Domini, nº 56 al decir que “Cristo, realmente presente en las especies del pan y del vino, está presente de modo análogo también en la Palabra proclamada en la liturgia”? ¿No ha mostrado la praxis litúrgica de las celebraciones de la Palabra en las Comunidades Neocatecumenales la fecundidad espiritual que aporta a la vida de los fieles y la riqueza inmensa que procura en orden a su fortalecimiento en la fe? Una decisión de este orden para toda la Iglesia católica, ¿no encajaría perfectamente en el horizonte de propuestas pastorales como la de impulsar el atrio de los gentiles o la de crear el Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización?



En el aula de Teología lo que prima es la razón conceptual; en la parroquia, en la mayoría de los cursillos bíblicos que se imparten, el acento se pone en conocer, de forma ilustrada, la Biblia; en la liturgia de la Palabra que se celebra, también en las parroquias (pero en pequeñas comunidades), lo que se favorece es el encuentro con el Misterio, lo que está en juego es la conversión del que asiste a la celebración. En el aula de Teología se imparte Teología, en los Cursillos bíblicos se ofrece cultura bíblica, en las celebraciones de la Palabra, se oferta un encuentro personal con Dios Padre que “en los Libros sagrados sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos” (DV, nº 21). Como muy bien ha puesto de manifiesto Mons. Robert Coffy, “no basta con leer la Biblia, incluso con los mejores comentarios, es necesario escuchar la Palabra de Dios que la Biblia nos transmite y responder a ella. En la liturgia de la Palabra, la Biblia no se presenta tan sólo como libro escrito antiguamente para el pueblo de Israel y que nosotros recordamos. Es la Palabra de Dios dirigida hoy a su pueblo. Es aquí y ahora, en la celebración en la que participamos, cuando Dios se dirige a nosotros (...). En la liturgia de la Palabra no leemos un texto venerable de la antigüedad, escuchamos a Dios que nos habla”. En este sentido, viene bien, referir una conversación mantenida por Kiko Arguello y un estudiante del Bíblico, que comenta el liturgista Jesús Castellano: “Él creía conocer la Biblia y le hizo entrar en crisis esta frase: ´Tú has pasado por la Biblia, pero la Biblia no ha pasado por ti`. Se puede conocer la Biblia, pero se puede permanecer fuera de la experiencia de la Palabra”. En el aula de Teología se imparte un magisterio teológico académico; en la parroquia se desarrolla y fragua un magisterio teológico pastoral y sapiencial.


Es decir, entre los diversos modos de leer la Palabra de Dios (exégesis, estudio crítico, literario, teología bíblica, meditación personal) está, como forma propia y plenaria, su proclamación en la asamblea litúrgica, y esta proclamación reclama, ante todo, una lectura sapiencial, en expresión del profesor Valerio Mannucci: “Con el término sapiencial queremos indicar que el fin de la lectura (de la Biblia) no es una ciencia, es decir, un conocimiento intelectualmente elaborado, cuanto una sabiduría, es decir, un conocimiento vital, gustoso, que pone en juego todas la facultades del hombre y desemboca en la fe obediente de que nos habla Pablo, la cual es consentimiento, abandono, compromiso que abarca toda la vida”. Ante la Palabra escuchada, Dios espera del hombre un impulso de confianza y abandono por el cual éste renuncia a apoyarse en sus pensamientos y sus fuerzas, para abandonarse a la Palabra de Aquel a quien ha escuchado.


En efecto, Dios no nos ha enviado un libro para estudiar: ha dicho palabras, ha realizado maravillas, ha enviado mensajeros a su Pueblo, hasta que él mismo se ha hecho Palabra y acontecimiento salvífico para su Pueblo en Cristo. La Palabra, por tanto, adquiere su sentido pleno cuando resuena en la Iglesia como mensaje de salvación de Dios a su Pueblo. Presupone una comunidad que en la fe acoge, interpreta, responde y vive la Palabra; y también requiere la presencia del Espíritu de verdad para comprenderla en su plenitud. Sin estos presupuestos, los demás modos de leer la Palabra, aun siendo útiles, no satisfacen la necesidad de la Iglesia; sin la fe, subsiste un velo para captar la verdad de la Escritura. El liturgista Jesús Castellano afirma que “cuando la Palabra resuena en la asamblea, retorna a su ambiente vital. Es Palabra dirigida a la asamblea; ha nacido, en su elaboración, de la misma  asamblea”. La misma proclamación de la Palabra constituye en el sentido pleno una liturgia que presupone una comunidad de fe (¡Liturgia de la Palabra!) en la que “Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando el Evangelio, y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración” (SC, nº 33); “Cristo está presente en su Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es él quien habla” (SC, nº 7). Esta perspectiva pneumatológica y eclesiológica ha sido resaltada en Verbum Domini como primordial para una correcta hermeneútica de la Sagrada Escritura. “En efecto, la Iglesia siempre ha sido consciente de que, en el acto litúrgico, la Palabra de Dios va acompañada por la íntima acción del Espíritu Santo, que la hace operante en el corazón de los fieles. En realidad, gracias precisamente al Paráclito, la Palabra de Dios se convierte en fundamento de la acción litúrgica, norma y ayuda de toda la vida. Por consiguiente, la acción del Espíritu va recordando en el corazón de cada uno, aquellas cosas que, en la proclamación de la Palabra de Dios, son leídas para toda la asamblea de los fieles, y, consolidando la unidad de todos, fomenta asimismo la diversidad de carismas y proporciona la multiplicidad de actuaciones” (nº 52).


No se trata, pues, de una paraliturgia de la Palabra; la celebración de la Liturgia de la Palabra es una verdadera liturgia en el sentido pleno, aunque la Palabra tienda al Sacramento, el anuncio a la realización. Toda celebración litúrgica de la Palabra tiene en Cristo a su Maestro, goza de su presencia y es celebración del misterio pascual, proclamado en la Palabra. La afirmación conciliar de DV, 21: “La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece en la mesa de la palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo”, tendría más fuerza y fecundidad si se hubiera implantado en la Iglesia Católica (en todas las parroquias) la Celebración de la Liturgia de la Palabra (una vez a la semana), como mesa de la Palabra de la cual nutrir a los cristianos con el Pan de la Vida que es la Palabra de Dios. En la Propuesta 7 del Sínodo se afirma que “la Eucaristía es un principio hermeneútico de la Sagrada Escritura, así como la Sagrada Escritura ilumina y explica el misterio eucarístico. En este sentido, los padres sinodales se auguran que se pueda promover una reflexión teológica sobre la sacramentalidad de la Palabra de Dios. Sin el reconocimiento de la presencia real del Señor en la Eucaristía, la inteligencia de la Escritura queda incumplida”. Estando de acuerdo con el trasfondo teológico de la propuesta, ¿no se podía haber avanzad o un poco más y fundamentar, en continuidad con SC, 7, la presencia sacramental de la Palabra en la Escritura y por tanto, también, en su celebración litúrgica autónoma, independiente de la Eucaristía? ¿No encontramos argumentos suficientes para su fundamentación litúrgica y teológica en SC, 7 y 24 y DV 21 y 25? Sinceramente pienso que sí, y que la apuesta pastoral por implantar la Celebración de la Liturgia de la Palabra (una vez a la semana) en las parroquias de la Iglesia Católica ayudaría no poco al avance en el diálogo ecuménico con los hermanos de las iglesias de la Reforma, de las iglesias orientales y con el pueblo judío. ¿Cómo va a ser posible que nuestros cristianos tengan una buena salud espiritual alimentándose, en su gran mayoría, con solo la Misa dominical? ¿Cómo van a tratar amistosamente con Jesucristo sin conocer las Escrituras? Estamos aún lejos del sueño conciliar: “El Santo Sínodo recomienda insistentemente a todos los fieles, especialmente a los religiosos, la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo (Flp 3,8), pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo (San Jerónimo)” (DV, nº 25). En todo caso, Verbum Domini, al tratar el tema de la sacramentalidad de la Palabra en el nº 56 termina invitando a seguir profundizando esta cuestión que tiene precedentes teológicos recientes: “Profundizar en el sentido de la sacramentalidad de la Palabra de Dios, puede favorecer una comprensión más unitaria del misterio de la revelación en obras y palabras íntimamente ligadas, favoreciendo la vida espiritual de los fieles y la acción pastoral de la Iglesia”.





Normalmente, en la exégesis católica que se ha venido haciendo hasta hace bien pocas décadas, “por obra de la investigación histórico-crítica, la Escritura, -sostiene J. Ratzinger-, ha llegado a ser un libro abierto, pero también cerrado (…). Un libro cerrado: se ha transformado en objeto de los expertos; los laicos, incluso los especialistas en teología que no sean exégetas, ya no pueden arriesgarse a hablar de ella. Casi parece sustraerse a la lectura y reflexión del creyente, puesto que los que de ellos resultase sería tachado sin más como ´cosa diletantes‟. La ciencia de los especialistas levanta una valla en torno al jardín de la Escritura, que se ha hecho así inaccesible a los no expertos”. La intervención del Papa, en el último Sínodo dedicado a la centralidad de la Palabra en la vida y la misión de la Iglesia, ha consagrado un nuevo paradigma en el campo de la interpretación bíblica que Benedicto XVI denomina exégesis canónica. Su intervención en el Aula Sinodal fue decisiva para entender la relación entre exégesis y teología. Según el Papa, siguiendo las indicaciones de comprensión hermeneútica de Dei verbum 12, “La Escritura hay que interpretarla en el mismo espíritu en el que fue escrita y para ello indica tres elementos metodológicos fundamentales cuyo fin es tener en cuenta la dimensión divina, pneumatológica de la Biblia: es decir, se debe 1) interpretar el texto teniendo presente la unidad de toda la Escritura; esto hoy se llama exégesis canónica…”. Su planteamiento será plasmado en la Proposición 2776 al terminar el Sínodo en estos términos: “Es necesario superar el dualismo entre exégesis y teología (…). Cuando la exégesis no es teología, la Escritura no puede ser el alma de la teología y, viceversa, cuando la teología no es esencialmente interpretación de la Escritura en la Iglesia, esta teología pierde su fundamento”. En el Prólogo al segundo tomo de Jesús de Nazaret, Benedicto XVI sostiene con rotundidad la siguiente afirmación: “Una cosa me parece obvia: en doscientos años de trabajo exegético la interpretación histórico-crítica ha dado ya lo que tenía que dar de esencial. Si la exégesis bíblica científica no quiere seguir agotándose en formular siempre hipótesis distintas, haciéndose teológicamente insignificante, ha de dar un paso metodológicamente nuevo volviendo a reconocerse como disciplina teológica, sin renunciar a su carácter histórico (…). Dicha exégesis ha de reconocer que una hermeneútica de la fe, desarrollada de manera correcta, es conforme al texto y puede unirse con un hermeneútica histórica consciente de sus propios límites para formar una totalidad metodológica”.

Efectivamente nos encontramos ante un nuevo paradigma en el campo de la hermenéutica bíblica, y uno de sus pioneros principales fue el Papa emérito Benedicto XVI. En su deseo de presentar la figura y el mensaje de Jesús, ha armonizado y presentado el modo de emplear esta nueva hermenéutica, que él define como hermenéutica de la fe: “Conjugando las dos hermeneúticas de las que he hablado antes, he tratado de desarrollar una mirada al Jesús de los Evangelios, un escucharle a Él que pudiera convertirse en un encuentro; pero también, en la escucha en comunión con los discípulos de Jesús de todos los tiempos, llegar a la certeza de la figura realmente histórica de Jesús”.


En su aportación a la interpretación de la Escritura, Benedicto XVI propuso, en el Aula Sinodal, el empleo de la hermenéutica de la fe porque cuando desaparece esta, afirma el Papa, “aparece necesariamente otro tipo de hermenéutica, una hermenéutica secularizada, positivista, cuya clave fundamental es la convicción de que lo Divino no aparece en la historia humana. Según esta hermenéutica, cuando aparece que hay un elemento divino, se debe explicar de dónde viene esa impresión y reducir todo al elemento humano. Por consiguiente, se proponen interpretaciones que niegan la historicidad de los elementos divinos”. Ciertamente, la hermenéutica cristológica, que ve en Cristo Jesús la clave de todo el conjunto y, a partir de Él, empieza a entender la Biblia como unidad, presupone una decisión de fe y no puede surgir del método histórico. Pero esta decisión de fe tiene su razón –una razón histórica- y permite ver la unidad interna de la Escritura y entender de modo nuevo los diversos tramos de su camino sin quitarles su originalidad histórica. Esta es la hermenéutica que el Papa aplicará en su libro Jesús de Nazaret: “Yo sólo he intentado, más allá de la interpretación meramente histórico-crítica, aplicar los nuevos criterios metodológicos, que nos permiten hacer una interpretación propiamente teológica de la Biblia, que exigen la fe, sin por ello querer ni poder en modo alguno renunciar a la seriedad de la historia”. Así, pues, en continuidad con la propuesta sinodal realizada por Benedicto XVI, Verbum Domini dedicará, nada más y nada menos, que once números a iluminar la cuestión hermeneútica (del 34 al 45), de ahí la relevancia que el Papa otorga a esta cuestión: “Lo que está en juego en la hermeneútica con que se aborda la Sagrada Escritura es inevitablemente la correcta relación entre fe y razón” (nº 36).


Este nuevo tipo de hermenéutica teológica tiene sus puntos de conexión con la comprensión hermenéutica rabínica donde una de sus reglas máximas es que “la Torá se explica por la Torá”, es decir, se lee e interpreta la Escritura como una totalidad. En este sentido, hay que reconocer que cada vez, estamos más cerca de “nuestros hermanos mayores en la fe” (Juan Pablo II y Benedicto XVI), el pueblo hebreo, a través, también de un consenso más creciente en el acceso hermenéutico de la Escritura. Si además, añadimos a la exégesis canónica y a la exégesis derásica la importancia del “canto de los salmos” como principio, también hermenéutico, donde la lex credendi se hace lex orandi, nos encontramos, pues, con un nuevo espacio de encuentro en el diálogo ecuménico. La teología cantada, se fundamenta en la exégesis canónica o teológica que, siguiendo la propuesta del Papa Benedicto XVI, incorpora un criterio diacrónico más: la pervivencia en el tiempo de la verdad revelada a través del sensus fidei expresado a través del canto de los salmos con una naturaleza inequívocamente ecuménica. Los salmos han sido cantados por igual en la tradición hebrea, católica, ortodoxa y protestante. Nos encontramos, por tanto, con una aportación muy sugerente para el diálogo ecuménico a través de la via in psalmis et in cantibus. Una vez más, la música y el canto, aparecen ante nuestro horizonte como vehículo y alma de una comunión posible a través del canto donde las diferencias y dificultades de tipo dogmático puedan venir superadas.


En las parroquias donde se han establecido las celebraciones de la Liturgia de la Palabra, una vez a la semana, estamos descubriendo la inmensa riqueza de la Mesa de la Palabra donde saboreamos una teología cantada que tiene como centro, fuente y cima el Misterio de Dios Trinidad que nos invita a su comunión, sentándonos a su mesa y hablándonos como a hijos y hermanos. Es una teología responsorial que nace de la escucha del Verbo de Dios, del silencio orante, del canto de los salmos e himnos que iluminan todos los problemas, situaciones y estados anímicos del alma, de la comunión existencial y espiritual con los hermanos de la comunidad y de los acontecimientos de la historia personal y comunitaria que van siendo progresivamente transformados e iluminados por Dios a impulsos del Espíritu Santo. En este sentido, en palabras de Antonio Alcalde, la música y el canto se ponen al servicio de la espiritualidad cristiana: “La música puede transportar el alma hasta los confines de las expresiones espirituales más elevadas; interpreta y expresa las inspiraciones, las inquietudes y las ansias del Absoluto sentidas por el hombre. Ella suaviza las crisis del pensamiento y de los sentimientos con una efusión de serenidad. Ella lima la fría esperanza del tecnicismo... La música y el canto serenan y deleitan el espíritu, alivian el mal humor, endulzan las tristezas, calman las iras... Ella ha servido para exteriorizar los sentimientos, para distracción o contento de los demás, para alabar a Dios e intensificar nuestra plegaria, para expresar nuestro amor y nuestra confianza, para estimular nuestro ánimo y superar el miedo en los momentos más duros del ser humano”. Y esto es posible porque, en palabras de Pilar Márquez, “si Dioses Música, la música es el lugar de encuentro con él. Un lugar sagrado. Un lugar de oración. Una catedral sonora. Un auditorio divino, presencia del Resucitado unido a la Trinidad”.



En el aula de la Facultad de Teología, el ars comunicandi de los contenidos objetivos de la Fe se realiza a través del método discursivo conceptual y con un lenguaje y método teológico. En la asamblea litúrgica el ars celebrandi (la lex credendi se transforma en lex orandi y desemboca en la lex vivendi) se realiza a través de la escucha de la Palabra de Dios, del canto, del silencio y de una fructuosa participación en forma de resonancias de la Palabra de Dios, de oración y gestos de comunión como la paz, la lectura de las cartas de los hermanos que están en la misión (familias y catequistas itinerantes) o en los monasterios (vocaciones que han surgido de la propia comunidad) y las colectas de comunión de bienes. En el aula académica se habla desde la razón iluminada por la fe; en la sala celebrativa se participa con todas las potencialidades del espíritu humano (razón, corazón y sentidos); el logos académico, es esencialmente racional y conceptual, el pneuma celebrativo es fundamentalmente orante, sapiencial, espiritual, toca todas las fibras del ser personal (alma, espíritu y cuerpo). La razón conceptual tiende al olvido con el paso del tiempo, la liturgia, en cambio, siempre es memorial, actualiza, celebra y canta el hoy de la salvación. La teología académica busca, a través de la razón, la Verdad sobre Dios y acerca del hombre, la teología cantada se guía por las razones del corazón (Pascal) y canta la obra de Dios en la experiencia cotidiana del vivir humano. La teología académica y sistemática tiende a la Verdad y su centro está en la razón iluminada por la fe, la teología cantada tiende al Amor y su centro se sitúa en el silencio del corazón de donde brotan las notas y melodías del Espíritu en forma de cantos de alabanza a la Santa Trinidad (Rom 8,26-27). En definitiva, como sostiene el liturgista Luis Maldonado, “el lenguaje litúrgico no es como el lenguaje didáctico. Esto lo explica todo. El lenguaje litúrgico se asemeja más al lenguaje poético que sugiere, evoca y deja todo abierto. No cierra nada. Es como el símbolo: da que pensar (Ricoeur). Es un lenguaje del umbral. Para L. Alonso Schökel “el lenguaje ideal y primario de la experiencia trascendente, también de la oración, es el lenguaje de los símbolos”.


Las celebraciones litúrgicas se convierten, por tanto, en el ámbito simbólico por antonomasia. La liturgia es la expresión del hombre total, en su dimensión natural y cultural, en su vertiente cósmica y social. El hombre es radicalmente cuerpo animado y espíritu encarnado y como ser corporal es propio del hombre expresarse tanto con el lenguaje oral, como con el lenguaje gestual. La palabra habita en la liturgia en su múltiple variedad de registros: clamor, lamentación, ruego, narración, proclamación…¡canto! El canto, síntesis original de palabra y gesto corporal, puede ser considerado como el corazón mismo de la liturgia, y, por su contenido, como una via ideal para el encuentro con Dios, tal y como descubrimos en los salmos. A través del canto litúrgico de los salmos podemos percibir le emoción estética como experiencia trascendente porque “la estética de una celebración, sostiene el liturgista José Aldazabal, afecta a todos los sentidos, no sólo a la vista. También el oído se puede abrir más a un mensaje hondo cuando lo escucha en un sonido más armónico (…). La liturgia nos hace celebrar los dones de Dios con una riqueza mucho más expresiva de símbolos que afectan, no sólo a nuestra mente o nuestra conciencia de fe, sino también a nuestra sensibilidad y sentido afectivo. La estética afecta a toda la liturgia (…). La estética de la palabra en los salmos y los cantos, es a veces uno de los mejores caminos hacia lo inefable, hacia los valores de la salvación que celebramos”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.