jueves, 28 de agosto de 2025

¡Gracias, Kiko! de Vittorio Messori

Kiko Argüello no es solo un pintor: es un hombre a quien el Espíritu Santo le ha concedido el carisma de guiar a multitud de hermanos perdidos y afligidos de vuelta al seno de la Trinidad, por ese camino que los convierte en humildes catecúmenos, capaces de maravillarse de nuevo al escuchar la Buena Nueva.

No soy historiador del arte ni, obviamente, experto en iconos. Pero de lo que sí puedo hablar es de lo que viví cuando, de forma anónima (y el párroco, el padre Antonio Tagliaferri, me perdonará), confundido entre muchos otros, visité la Iglesia de la Santísima Trinidad, atraído por el gran ciclo pictórico.



Eran años en los que me embargaba una sutil tristeza, como una tarde nostálgica. ¿Por qué (me preguntaba cuando, por gracia divina, me convertí casi de repente en creyente, y en cristiano católico en particular) la arquitectura, la escultura y la pintura aplicadas a lo sagrado solo hoy logran expresar cosas mediocres, cuando no lamentables? ¿Dónde está hoy esa inspiración que durante siglos ha dado lugar a testimonios capaces de conmover profundamente la mente y el corazón, una emoción que, en la Belleza, conduce silenciosamente a la contemplación de la Verdad?

Siempre me he dicho que en la raíz de todo debe haber una crisis de fe: esa mirada racionalista que analiza la realidad, diseccionándola hasta sus partículas más profundas, pero de la que desaparece el Misterio que la impregna y la rodea. Así pues, citando a Miguel Ángel, que sin duda lo comprendió muy bien: «No basta con ser un maestro lleno de ciencia e intuición para crear la venerable imagen de Nuestro Señor: creo que el artista debe llevar una vida cristiana, incluso santa, para que el aliento del Espíritu pueda alcanzarlo».

No me sorprende que Kiko Argüello, pintor de renombre incluso antes de su conversión y apasionado buscador de Dios desde entonces, buscara inspiración donde la fidelidad a la Tradición ha mantenido el concepto y la práctica del arte sacro en su máxima expresión. En Occidente, en la Iglesia latina, los iconos desaparecieron como presencia viva en el culto en el siglo XIV. El mundo ortodoxo, sin embargo, continúa hasta el día de hoy con el esfuerzo (a la vez artístico, ascético, teológico y espiritual) de producir esta pintura «apofática», que expresa lo inexpresable en el símbolo, otorgándole así un carácter sacramental que la integra en la comunión con Dios. Por esta razón, los iconos pueden considerarse «centros materiales en los que reside una energía y una virtud divinas que se unen en el arte humano» (Vladimir Lossky), dando origen así a un arte sacro en el sentido más pleno del término.

Pero Kiko Argüello no es solo un pintor: es un hombre a quien el Espíritu Santo le ha concedido el carisma de guiar a multitud de hermanos errantes y afligidos de vuelta al seno de la Trinidad, por ese camino que los convierte en humildes catecúmenos, capaces de maravillarse de nuevo al escuchar la Buena Nueva, deseosos de unirse a Cristo en las aguas del bautismo y recibir la plenitud del Espíritu en Pentecostés. Así, capaz de comprender plenamente el valor de la Tradición Oriental, cuyos modelos ha respetado y adoptado, Kiko también la ha actualizado con valentía, la ha expresado y la ha plasmado en un estilo que, en mi opinión, es la síntesis de su exploración pictórica y espiritual.

El ciclo de Piacenza posee, sin duda, una gran importancia artística y religiosa, y por ello, resulta significativo que sea fruto de la colaboración con un grupo de pintores —sus compañeros en esta aventura— del Camino Neocatecumenal. Se dice que trabajaron y oraron con ahínco, y que durante todo este tiempo vivieron con sencillez y austeridad. Nos recuerda a aquellas hermandades que dieron origen a las grandes catedrales medievales, llenas de conocimiento y sabiduría, fruto del Espíritu. Iconos, pues, en una iglesia católica: el ciclo completo de los Misterios de la Fe y la Salvación, desde la Anunciación hasta la Dormición de María.

Los iconos presentes ante el altar donde se celebran la Eucaristía y los demás sacramentos, que hoy regresan para renovar esos mismos Misterios para nosotros. Un ecumenismo, por tanto, más en obras que en palabras. Un deseo de que los iconos anuncien el kerigma en su esencia, por encima de toda división, de todo debate teológico, incluso de los necesarios. A través de ellos, el Cielo se reabre y revela su misterio de amor, como lo hizo hace dos mil años en Palestina, para todos los cristianos, sin excepción ni división. Y, si lo deseamos, nos envuelve, atrayéndonos al corazón de este Misterio, al hogar de la Sagrada Familia, para enseñarnos el secreto de la fe y la esperanza en ese Cristo que volverá y que renovará todas las cosas en el universo.

Gracias, Kiko y compañeros, por recordarnos (o mejor dicho, por hacer tangible) todo esto con la intuición del arte y el sentido de la fe.


Vittorio Messori, 24 de octubre de 2015

(Sassuolo, 1941. Es un periodista y escritor católico italiano. Está considerado como el escritor de temas católicos más traducido del mundo: https://es.wikipedia.org/wiki/Vittorio_Messori)





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