jueves, 13 de abril de 2017

El Catecumenado de conversión es indispensable

Publicamos entrevista realizada en el semanario Alfa y Omega el 17 de diciembre de 2015 (nº 956) al Cardenal Mons, Fernando Sebastián sobre el futuro de la Iglesia y la evangelización.

El arzobispo emérito de Pamplona ha sido siempre un gran apasionado por la evangelización. De ahí que los obispos no dudaran en elegirle como miembro de la ponencia encargada de la redacción de su nuevo Plan Pastoral, especialmente cuando el gran objetivo del documento es la puesta al día con el Papa Francisco, con quien el cardenal Sebastián mantiene una relación muy estrecha. En la entrevista el Cardenal sostiene que es necesario volver a administrar los sacramentos verificando la fe previamente, con una conversión madura a Jesucristo y estableciendo el Catecumenado post-baustismal como herramienta indispensable para la nueva evangelización.




¿Qué mejoras introduciría usted en la iniciación cristiana en España?

Solamente una: garantizar la verdad de los sacramentos. Que los bautismos sean verdaderos. Que las confirmaciones sean verdaderas. Que las comuniones sean verdaderas. Y que los matrimonios sean verdaderos. No podemos seguir celebrando sacramentos en falso. Para eso hace falta la fe. No puede haber sacramentos sin fe ni fe sin sacramentos. Los sacramentos nacen de la voluntad salvadora de Jesucristo, nos llegan por medio de la fe de la Iglesia, pero tienen que ser acogidos con la fe personal.

En el caso del Bautismo de infantes, los padres tienen que garantizar la educación religiosa y cristiana del bautizado. A los que viven habitualmente apartados de la Iglesia creo que hay que invitarles a recuperar su vida cristiana antes de bautizar a su hijo. Podríamos ofrecerles un itinerario de fe de uno o dos años. Que bauticen a su hijo cuando estén en condiciones de educarlo cristianamente, con palabras y sobre todo con el ejemplo de una vida cristiana normalizada. Comprendo que es una medida un poco fuerte, pero me parece indispensable. Sin ella o algo parecido no habrá verdadera renovación eclesial, porque nosotros mismos estamos devaluando los sacramentos.

Algo parecido ocurre con las confirmaciones y las comuniones. En muchos, demasiados casos, los jóvenes reciben estos sacramentos sin haber vivido una verdadera conversión a Jesucristo, sin compromiso personal, sin voluntad de vivir cristianamente, en la comunidad, con los sacramentos, con la vida moral. Tanto las catequesis parroquiales como la pastoral de los colegios no están en función de la conversión personal de los catecúmenos. Por eso luego no tienen raíces, no son capaces de resistir las seducciones de la cultura secular, ni se sienten personalmente vinculados a la comunidad sacramental.

Y esto mismo se prolonga hasta los matrimonios. La primera cuestión para renovar la pastoral familiar es cuidar de la fe viva de los contrayentes. Si estos son habitualmente practicantes, es fácil preparar una celebración verdadera y fructuosa. Si habitualmente no lo son, este vacío de años no se remedia con dos charlitas de veinte minutos. Hay que hablar a fondo con ellos, suscitar el interés perdido, crear una relación de confianza y ofrecerles un camino personal de renovación. Cuando vuelvan a la fe, cuando crean y quieran vivir de verdad en el seno de la Iglesia, entonces será la hora del sacramento.



Usted ha defendido mucho la necesidad de potenciar el catecumenado postbautismal.

Yo no, lo piden y recomiendan los Papas, los documentos de la Iglesia. Pero seguimos sin enterarnos. El bautismo es el sacramento de la fe y la fe es conversión y adhesión personal a la persona de Jesucristo y al Dios viviente. Eso requiere recorrer un itinerario de conversión, un verdadero catecumenado de conversión a Jesucristo, con el correspondiente cambio de vida. Antes o después del Bautismo, el catecumenado de conversión es indispensable. El catecumenado es parte integral del Bautismo. La actividad central de nuestras parroquias tendría que ser este catecumenado de conversión, con atención personalizada de cada catecúmeno por parte del sacerdote. Con niños, con jóvenes, con adultos. Facilitar los bautismos sin catecumenado, sin conversión, es fomentar la existencia de bautizados no creyentes, o como dijo el Papa Benedicto, es llenar la Iglesia de «paganos bautizados». Si seguimos así terminaremos por ser una Iglesia enteramente mundanizada. Es la sal sosa, el fermento desnaturalizado, que no quería Jesús.



¿No cree usted que con estos criterios se quedarían vacías las iglesias?

No, de ninguna manera. Como se van quedando vacías es con la pastoral solo de conservación que hacemos ahora. La pastoral no puede ser ideológica. No debemos hacer teorías. Tenemos que hacer las cosas pensando y actuando muy cerca de la realidad. Tenemos que tener la humildad y el realismo de reconocer lo que somos, y a la vez necesitamos la confianza y la fortaleza de los verdaderos evangelizadores, de los santos fundadores de nuestras Iglesias, de los Padres y de los mártires de los primeros siglos, de los monjes, de los grandes predicadores de los siglos XVIII y XIX.

En el momento presente necesitamos un doble frente de trabajo: en primer lugar tenemos que atender del mejor modo posible a los habituales, a los que vienen, adultos y jóvenes, niños y ancianos. Y a la vez que les atendemos del mejor modo posible, tenemos que pensar en cómo actuar con los que no creen, ya sea con los que sin la fe necesaria nos piden algunos sacramentos, o con los que ni siquiera vienen a pedir sacramentos. Esta categoría irá aumentando, por desgracia, y no podemos olvidarnos de ellos. Hay que ir a buscarlos, hay que salir a su encuentro. A estos y a los del grupo anterior tenemos que ver cómo les ayudamos a recuperar la fe verdadera, acogiéndoles amablemente cuando vengan, organizando cosas que les interesen y que les inviten a acercarse a alguna actividad de la parroquia, preparando encuentros en los que podamos presentarles personalmente la figura de Jesús, de manera muy sencilla, muy positiva, que les llegue al corazón, a los mejores sentimientos de su corazón, porque todos los tienen. Es una labor de paciencia, de entrega, de mucha perseverancia. Hay que dedicarle tiempo, recursos, personas, iniciativas, pensando en los que están lejos, en los que se fueron, confiando en el valor permanente del evangelio de la salvación. El Señor se alegra cuando ve caras nuevas en su casa.

¿Cree que un programa así es posible?

Sí, claro. Lo creo posible y necesario. No como un programa alternativo, sino como una ampliación de lo que estamos haciendo. Primero tiene que haber evangelizadores, personas concretas, sacerdotes y laicos, que vivan esta nueva dimensión de la pastoral, que sufran el drama de la deserción de los cristianos, que crean de verdad en la necesidad del Evangelio de Jesús para vivir humanamente, para responder al amor y a la bondad de Dios con nosotros. Estas personas tienen que venir de los seminarios, de los movimientos, de los grupos parroquiales de adultos. Cuando vayan apareciendo estos grupos de evangelizadores todo lo demás irá apareciendo y creciendo. Poco a poco. En España hace falta también despertar el interés de la gente y recuperar nuestra credibilidad como evangelizadores. La gente tiene que ver que le ofrecemos algo importante, algo que necesitan para vivir con plenitud. En este proceso son indispensables la caridad, el amor a los pobres, el servicio de la misericordia. Una Iglesia evangelizadora tiene que comenzar por ser servidora de los pobres, por ser samaritana, acogedora, hospitalaria, madre y hermana de los necesitados. Para evangelizar tenemos que aparecer llamativamente como servidores de los necesitados, en el nombre de Jesús. No basta la asistencia más o menos calculada y medida de ahora. Tiene que ser una caridad que llame la atención, que vaya más allá de lo habitual. Hacen falta realidades y testimonios al estilo de san Juan de Dios, de la beata Teresa de Calcuta, pero aquí y ahora, con nuestros pobres, con los sintecho, con los inmigrantes, con los parados, con los ancianos solitarios, con los enfermos incurables. Los verdaderos cristianos tenemos que sentirnos responsables de la vida de todos los necesitados. Eso es ser cuerpo de Cristo. El amor, cuando es verdadero, abre todos los caminos y acorta todas las distancias

Entrevista completa:



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